Entre el aburrimiento y el asombro
Hacia una pedagogía artística infantil liberadora
Primera parte


       Fotografías de Luis Arturo Aguirre en una de las sesiones de trabajo con los niños de la disciplina de Artes Plásticas en la Escuela de Iniciación Artística Asociada al INBA en Acapulco en 2014

Al estar viviendo los procesos creativos de los niños en nuestras clases de artes plásticas, observo en ellos una constante necesidad de expresar ideas, emociones, sentimientos, pensamientos y deseos, permitiendo esto que los chicos, en las sesiones de trabajo, tengan una presencia sumamente notoria y vívida. No son, para nada, pasivos.
Ocurre lo contrario en talleres que he realizado con adultos quienes siempre están a la espera de una direccionalidad por parte del maestro: de sus explicaciones, de la manera en como preparó su clase, quieren tener muy claro los objetivos de cada ejercicio con su consecuente inicio, desarrollo y cierre para el logro de un resultado final satisfactorio. En pocas palabras están en forma de espera pasiva y de antemano, consciente o inconscientemente, desean alcanzar alguna capacidad técnica que les permita el desarrollo de una idea personal.   
Pero a los niños el resultado no les preocupa, se sumergen en los procesos y esto hace que la actividad con ellos se convierta en un disfrute y un goce. Los niños se divierten y gozan los procesos artísticos de una manera como no lo hacemos los adultos: en ellos aún pervive la libertad del no tener que llegar a ninguna parte, a ningún objetivo, a ninguna meta. Es el camino que se recorre el que se vuelve importante y los resultados de ese proceso se van dando en la medida que transcurre ese momento gozoso y creativo: en la plena  libertad donde juego, goce, pensamiento y expresión se conjugan y se maximizan.
 Los adultos en cambio, asumimos una actitud pasiva que no es propositiva en términos del disfrute y el goce creativo, aunque,  por supuesto,  he encontrado estudiantes adultos muy propositivos y activos,  pero se da más por excepción, que por regla general.
El maestro que se percata de esta situación cuando enfrenta a un grupo de adultos en el área de las artes tiene un doble trabajo: por un lado debe usar estrategias, métodos y dinámicas de integración y motivación y en el peor de los casos de sensibilización antes de proponer los ejercicios artísticos con el fin de que los estudiantes asuman una participación más activa en los procesos y por el otro, debe tener muy claras las metodologías pedagógicas a seguir para conseguir involucrar a sus alumnos en dichos procesos, dándoles la misma importancia que a los resultados finales ya que  unos están estrechamente ligados a los otros, si lo que se  quiere es conseguir un producto artístico final.
El maestro que no se da cuenta de este vacío pedagógico o simplemente no le interesa la educación artística como un ejercicio lúdico en el cual la libertad del ser se asume como eje fundamental constitutivo del desarrollo de los individuos, tarde o temprano se dará cuenta de  que sus educandos se aburren muy pronto y sus clases  se vuelven repetitivas y monótonas y en el peor de los casos, los estudiantes ya no regresan a las sesiones o lo hacen de manera obligada ya que no llenaron sus expectativas frente a un fenómeno tan complejo como lo es la enseñanza del arte y sus procesos. Esto, como es obvio, genera una profunda frustración tanto en los estudiantes como en los mismos maestros.
La diferencia radica en que los adultos tenemos una gran capacidad para el aburrimiento mientras los niños tienen una gran capacidad para el asombro.
 Los adultos, debido a los lentos y dolorosos procesos “educativos” (escuela, familia, leyes, reglas morales, religión, entre otros) a que fuimos sometidos, vamos perdiendo paulatinamente la capacidad de asombrarnos ante el mundo. Todo ya está tan visto y oído, gustado y tocado y estamos tan inmersos allí, que asumimos la realidad que nos circunda como única (o lo que creemos o imaginamos que es nuestra “propia” realidad) y que se ha repetido tantas veces, día a día, una y otra vez,  tanto, que  damos por sentado  que el mundo y sus múltiples realidades no tienen nada nuevo que mostrarnos. Nuestro interés se ha reducido a nuestra lógica objetiva: el mundo y sus maravillas han dejado de asombrarnos. Y esto sin hablar de todo el tiempo que gastamos vinculados inexorablemente a  las obligaciones y responsabilidades que hemos asumido como adultos, además de sabernos viviendo en un mundo caótico y para nada armónico.
Si hacemos el ejercicio de recordar cuando éramos niños o bien si observamos a los jóvenes y niños que nos rodean, podemos apreciar cómo los chicos buscan involucrarse en lo que les interesa, les importa y afecta. Cuando algo llama la atención de los jóvenes y niños, sea cual sea el motivo o tema, se acercan, preguntan, se expresan al respecto, provocan a quienes los rodean y actúan en consecuencia. Descubrir el mundo, asombrarse ante las realidades que se les ofrecen y actuar de acuerdo o en desacuerdo con ello, es el impulso constante de sus vidas.
La tendencia “normal” de los adultos es tratar de controlar y acallar ese impulso infantil, bajo la premisa de la necesidad de poner orden  y enseñarles a obedecer y seguir instrucciones. Sabemos de la importancia y lo que significa que  los niños aprendan el orden y el sentido de disciplina que son necesarios para lograr un desarrollo integral como individuos. Sin embargo,
"...es preciso señalar que nuestra necesidad de control no nos permite vislumbrar la riqueza que la visión infantil nos ofrece. Esto se acentúa  con los adolescentes, quienes intensifican su pasión y cuestionamientos en diversos sentidos y su necesidad de hacer las cosas a su manera. Por lo general los adultos ponemos el acento en el control y desperdiciamos la exploración que las inquietudes juveniles nos ofrecen.” (“Participación infantil y juvenil” María Morfin, Ed. Conaculta, 2012:26)
El mundo es aun caótico y misterioso, pero también maravilloso.  Debemos escuchar y aprender de nuestros jóvenes y niños e involucrarlos en los procesos creativos, de participación y de integración en la sociedad. Debemos darnos la oportunidad de conocer más sobre su actuar exploratorio y creativo, de su capacidad de asombro.  Debemos  abrir la mente y dejar que permee de nuevo el goce del descubrimiento cotidiano  y darles la oportunidad, a estas visiones infantiles y juveniles, que puedan darnos pautas muy sensibles para el mejoramiento de nuestra, muchas veces, cómoda, sedentaria y  aburrida vida de adultos.


Gerardo León Naranjo


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