Mujeres en Prisión

Una experiencia de vida para una pedagogía en
 Artes en los centros de reclusión penitenciaria.

(Segunda Parte)


Imagen de la clausura del primer Taller de Dibujo "Trazando horizontes" del Programa "Libertad bajo palabra" del IGC en el año de 2012

Como expuse en la primera parte de este análisis, existe una gran desproporción entre el daño social que producen los delitos por los que principalmente se encarcela a las mujeres en el sistema penitenciario federal y el castigo al que son sometidas, no sólo por la duración de las condenas, sino sobre todo por las consecuencias que acarrea para ellas y para sus familias la privación de libertad preventiva o con sentencia. Vimos como las mujeres encarceladas se enfrentan a un lugar violento, donde ven afectados casi todos sus derechos en salud e integridad física, educación, trabajo y sobre todo en sus vínculos afectivos y cómo su castigo las trasciende y afecta a sus seres más cercanos ya que en la mayoría de los casos se traduce en el aumento de la vulnerabilidad de su núcleo familiar, cuando no en el desmembramiento de las familias y en el desamparo de sus hijos.
Sigo pensando que es imprescindible abrir un debate que involucre a todos los estamentos e instituciones públicas y sociales, así como al poder legislativo,  al judicial y al ejecutivo, en el marco del cual se evalúen alternativas menos nocivas para el encierro carcelario de las mujeres. Si pese a  ello, deciden no revertir la situación, por lo menos el Estado y sus instituciones, sobre todo aquellas encargadas de velar por el cuidado de la familia, los niños y adolescentes, no podrían alegar su desconocimiento para no asumir la responsabilidad política y ética de sus consecuencias, ya que la violación sistemática de los derechos fundamentales de las mujeres presas pone en evidencia la irrealización de los pretendidos fines resocializadores que constitucionalmente se le han otorgado a la pena de prisión. El derecho a la educación, al trabajo, a la salud, así como el derecho a condiciones dignas de detención, son vulnerados cotidianamente, lo que confirma que la cárcel es incapaz de producir efectos positivos, y permite definirla categóricamente como un espacio de reproducción de desigualdades, violencia y exclusión.
En esta segunda parte voy a tratar de desarrollar los cuestionamientos que, respecto a la enseñanza del arte, generó todo este análisis de la situación pedagógica que viví dentro del reclusorio. Las preguntas generadas fueron  las siguientes: ¿De qué manera entonces, en este panorama desesperanzador, se puede enseñar arte en un centro de reclusión penitenciaria para mujeres? ¿Qué metodologías seguir? ¿Qué pautas didácticas implementar? ¿Cuál es la manera más eficaz para aplicar una pedagogía artística acertada para coadyuvar en los procesos de reconstrucción social? ¿Desde la cultura y el arte, qué podemos hacer?
Cuando se tienen sensibilidad social, voluntad política y se aplican de manera transparente los recursos económicos que son necesarios para la atención de esta problemática, desde el Estado mismo, a través de sus instituciones públicas y sociales, por supuesto que es mucho lo que se puede y se está en la obligación de  hacer. Desde mi modesto lugar como maestro de artes me corresponde hacer un análisis y tratar de desarrollar una pedagogía acorde con las necesidades reales de las internas del reclusorio a fin de que en un futuro, aquellos compañeros artistas que tengan la oportunidad de impartir sus clases de arte en un lugar tan cerrado como lo es un centro penitenciario, tengan algunas bases más reales para que desarrollen sus planes y programas de manera acertada y no cometan los mismos errores que yo cometí cuando dicté allí el taller de dibujo por primera vez (ya que lo he realizado por tres veces consecutivas).
Cuando se lanza la convocatoria para participar en talleres de artes para mujeres dentro del reclusorio de Acapulco en el año 2012, propuse al programa “Libertad bajo Palabra” de la Secretaría de Cultura del Estado de Guerrero (en ese entonces Instituto Guerrerense de la Cultura), el taller de dibujo “Trazando Horizontes” incluyendo, como es  obligatorio e indispensable, el plan de trabajo para llevar a cabo con las internas del penal de tal manera que contemplara los aspectos más importantes en cuanto a las competencias que las aprendices debían desarrollar, además de los contenidos, temas, técnicas a manejar, contextos,  programación y duración de las actividades de enseñanza-aprendizaje para llevar un control académico y tener una claridad que me permitiese desarrollar el curso de manera congruente con los objetivos propuestos en el mismo.
Una vez seleccionado el taller por parte de la entidad convocante, ingresamos al centro penitenciario por primera vez junto con el coordinador del programa y  los demás maestros de los talleres programados: pintura, barro cocido, poesía, literatura, muralismo y teatro. Aquí debo confesar que me sentí algo nervioso pues no sabía a qué me iba a enfrentar allí dentro. Después de pasar por los engorrosos controles policiales de rutina, hicimos un recorrido por los espacios y conocimos por vez primera a las internas del penal. A pesar de percibirse el ambiente de confinamiento y hallarse los  espacios muy reducidos y poco aptos para desarrollar los talleres, la calidez y el recibimiento amable y abierto por parte de las reclusas generó un entorno de confianza ya que las mujeres allí presentes mostraron un inusitado interés por los cursos que se les estaban ofreciendo y muchas de ellas, de inmediato y decididamente, se inscribieron a todos los talleres. En el que yo iba a impartir, el de dibujo, se anotaron 25 mujeres, siendo un número elevado considerando que mi plan de trabajo contemplaba un cupo máximo de 15. Hasta aquí todo iba muy bien. Pero una vez iniciamos las actividades de enseñanza y desde el primer día de clases pude percibir que toda aquella metodología que había preparado de manera tan planeada y sustentada en las actuales teorías de  la educación que consideran apropiadas las competencias que las alumnas debían lograr, junto con las también planeadas y ordenadas actividades de enseñanza-aprendizaje, en este entorno de la cárcel de mujeres, se tornaban totalmente inaplicables, salidas de todo contexto real, totalmente desfasadas frente a las realidades que allí se confrontaban. Todo el plan de trabajo empezó a fallar desde el primer día, a desmoronarse paulatinamente hasta colapsar en los pocos días subsecuentes. Me di cuenta que dicho plan, como estaba estructurado, era imposible de llevarse a cabo por muchas razones que trataré de ir elucidando poco a poco para clarificar en que estaba fallando y cuáles podrían ser los métodos correctivos que pudieran volver a encauzarme en los contenidos que yo quería desarrollar con las internas.

En la imagen, una de las participantes del primer taller enseña sus trabajos en el año de 2012

El primer obstáculo con que me topé fue el no darme cuenta de algo que era tan obvio y estaba a todas luces visto: las mujeres reclusas no están allí por voluntad propia y este primer desconocimiento tan evidente que no había contemplado en mi programa, de las realidades que viven las internas, echó por tierra toda metodología y pedagogía implementada, me desbarató por completo el plan de trabajo concebido. Además de esta costosa primera ignorancia también me di cuenta que las reclusas conviven en espacios muy reducidos (pues como ya lo anoté en la primera parte, vimos que  se agrupan hasta 8 o 10 mujeres en espacios donde solo caben 4) y obligadamente tienen que verse todos los días entre sí. Esto genera en ellas un verdadero estrés cotidiano, haciendo que las relaciones interpersonales (pues comparten diariamente la denigrante situación del encierro), se vuelvan tensas y muy conflictivas. Entre las internas existe una naturalizada desconfianza por el “otro” o “los otros” y la cárcel las obliga a ser individuales y egoístas. Necesitan  desarrollar una personalidad fuerte, mucha autonomía y seguridad en sí mismas, es decir, crear un escudo protector para poder sobrellevar la violenta y tensa relación de convivencia con sus compañeras de prisión, ya que de ello depende, en mucho, el logro de un relativo bienestar dentro del reclusorio. Esto es muy comprensible ya que es muy difícil ser benevolente, solidario y comunitario con quienes en todo momento están esperando aprovecharse de ésta situación para traicionarte a la primera oportunidad que brindes. Este primer obstáculo adverso contrariaba la metodología planteada ya que al tratar de implementar los temas y las actividades planeadas para un grupo más o menos homogéneo de estudiantes, me encontraba, por el contrario, ante un grupo extremadamente heterogéneo de voluntades, de diferentes formas de ser y comportamientos plurales, muchas veces, en conflictos entre sí, lo que dificultó de inmediato la implementación del plan de trabajo programado. Las mujeres allí presentes lo que primero querían y anhelaban eran ser escuchadas: esa fue la segunda ignorancia que hizo fallar el supuesto plan de trabajo que había elaborado con tanto cuidado para ellas. Me encontraba ante una suma de férreas voluntades que esperaban, más que un ejercicio académico a desarrollar, ser oídas, ser escuchadas, ya que se encuentran en una deplorable situación de exclusión. Por ello, lo primero que había  que revertir en el programa eran las actividades de enseñanza-aprendizaje: había que plantear el diálogo como alternativa metodológica, promoviendo con ello la propia  expresión de las internas, su propia manera de ver el mundo, tomando en cuenta las necesidades personales de cada una de ellas, por supuesto y  sobre todo, respetando sus opiniones cualquiera que ellas fueran. La mejor metodología a seguir, inicialmente, era simplemente no plantearles ejercicios académicos sino centrarme en sus propios intereses y darles prioridad por encima de los míos. En ese instante, con humildad reconocí y comprendí que yo no estaba ahí para enseñar, yo estaba allí para aprender. Aprender junto con ellas. Las oportunidades de analizar las situaciones, de expresar sus propias opiniones y emociones y de buscar consensos para los temas y contenidos del programa educativo a seguir, debían ser de común acuerdo con ellas y debían surgir de sus propios intereses, no de los míos.  Debía ser un facilitador, un mediador y no un maestro; un guía y no un depósito de saberes vacíos y sin corazón.  Todo esto se hizo evidente y se reflejó por la situación de exclusión en que las reclusas viven, están confinadas, y en este difícil contexto, se hace necesario replantear las metodologías y formas de acercamiento al arte desde la inclusión, pero entendiendo que un verdadero taller o actividad incluyente no significa tratar a todos por igual, sino que es necesario considerar las diferencias y particularidades de cada uno para dar a todos las oportunidades igualitarias y reales de participación.
Privar de la libertad significa, evidentemente, excluir a la persona de la sociedad. Es expulsada del entorno social,  recluida obligadamente en un espacio violento donde toda esperanza es reducida a su mínima expresión. Rescatar esa esperanza por un método tan sencillo como el escuchar, era la clave para reencauzar el taller y generar contenidos más acordes con sus propias necesidades. Y la mejor manera de escuchar es guardar silencio, resistir a la tentación de estar dando opiniones, de intervenir, de adelantar las respuestas y estar dando explicaciones: callar, dejar que las participantes dialoguen entre sí sin dar nuestra opinión, a menos que ellas mismas nos la pidan. Esto crea puntos de encuentro y distención en el ambiente, generando formas de relación interpersonal más armónicas, creando más compañerismo que competencia entre las reclusas. Por otro lado, yo tenía una gran ventaja: las mujeres estaban ansiosas por dibujar, ansiosas de expresar, ansiosas de libertad, y que mejor que el lenguaje no verbal del dibujo para que pudieran dar rienda suelta a su libre  imaginación y a su expresión personal. Por supuesto que ellas no querían ser dirigidas, ni sometidas a ningún programa académico ni a nada, no necesitaban un maestro, querían con ahínco expresar sus emociones: lo que necesitaban, en verdad, era un poco de espacio para la libertad. Yo estaba en un gran error si quería llegar allí a decir y a decidir qué es lo que deben y tiene que hacer. Ellas lo que menos necesitaban, por lo menos en ese primer momento, era alguien que les dijese que hacer. Se encuentran sometidas, confinadas, no tienen nada que perder: un planteamiento académico lo reciben como una orden que no quieren cumplir. Como quería hacerles ver que mi plan de trabajo no era una orden coercitiva sino una metodología a seguir, ese primer día cambiamos las actividades e iniciamos con ejercicios de libre expresión. Aparte de que se volvió más cercana y amigable la relación, la experiencia se convirtió en algo lúdico y muy disfrutable. Y fue a partir de allí que nos avocamos a dibujar y a pintar, porque permitimos un espacio incluyente y un tiempo que nos proporcionaba una  liberación personal: por medio del dibujo libre, pudimos sentir un momento de plenitud y bienestar.
Otro planteamiento que es muy recurrente y que podría haber servido para un enfoque diferente de la pedagogía en el centro de reclusión penitenciaria, sería  el del esparcimiento.  La enseñanza del arte ha estado siempre ligada al entretenimiento, a proporcionar momentos lúdicos que, en el caso del trabajo con las internas,  podrían ayudar a aliviar la pesada carga que implica estar recluidas en prisión. Pero este parámetro, en mi opinión,  no es suficiente cuando se quiere llevar la enseñanza del arte a los centros de reclusión penitenciaria. Se queda corto y es superficial ya que es necesario tener en cuenta toda la carga emocional y el sufrimiento intrínseco que conlleva vivir esta penosa experiencia y es bien sabido que dar solo “pan y circo” en ninguna circunstancia ha sido la solución más adecuada. Y no lo es porque solo permite de manera temporal un divertimiento que, en cuanto acaba, nos deja con el mismo vacío con el que empezamos y la frustración se ahonda,  como sucede con las drogas que son usadas para “escapar” de la realidad, pero una vez ha pasado su efecto, la sensación de vacío y frustración son cada vez más grandes. Hay que sumergirse en la problemática y entender el contexto en el que se tiene la experiencia pedagógica para poder desarrollar un plan de trabajo congruente con los contenidos que se quieren transmitir, en la búsqueda de una verdadera reconstrucción de identidad a partir de la inclusión de las participantes en los procesos creativos y que ello les permita resignificar su realidad y asumirse como seres activos y participativos. Ya sabemos que cuando se dibuja, se baila o se canta, no solo se disfruta y se divierte, sino que a la vez se conoce, se conceptualiza, se produce, se crea, se crece y se socializa.
En las cárceles es más  frecuente que se den talleres de oficios varios, como carpintería, belleza, costura, bordados, artesanías, entre otros;  esto  les permite a las reclusas, una vez fuera del penal, tener un oficio que les ayude a solventar su economía; es cierto que también tienen acceso a educación, por supuesto de muy mala calidad, en la cual pueden realizar primaria y secundaria si no cuentan con ellas. Pero la enseñanza del arte adquiere una dimensión particular y de gran trascendencia si consideramos que a través del arte podemos descubrir un “sentido” a nuestra propia existencia. Para entender esto es necesario tener una visión amplia y muy clara de cuan significativo puede llegar a ser la enseñanza del arte y cuáles son los parámetros para su pedagogía que nos permitan tener unas bases sólidas para implementar cualquier metodología en este campo.
Primero que todo hay que clarificar que el arte, a decir verdad, no se puede enseñar. Si tenemos en cuenta que el arte se da a partir de una experiencia personal y la necesidad interna de expresión y comunicación, que la representación de las realidades percibidas es elaboración de la sensación que se aprehende por medio de la propia experiencia vivida y que en muchos casos es intuición que se expresa, el arte no puede enseñarse de la misma manera que se hace en otras áreas del conocimiento en el sentido tradicional de transmitir una metodología y una serie de contenidos, temas y contextos. El arte es indecible, inasible, misterioso, cambiante e indefinible.  Por ello, de los muchos intentos por definirlo y explicarlo, me interesa el concepto del arte como una experiencia crucial en el desarrollo humano. Proporciona una forma de conocimiento distinta que posibilita una comunicación a partir de diversos lenguajes que son compatibles con las capacidades particulares de cada ser humano y nos permite explorar nuestro ser interior y comunicar nuestras particularidades y diferencias. El arte nace de una necesidad de conocer, expresar y comunicar esas realidades percibidas, representándolas para resignificarlas y reflejar así nuestra visión del mundo.
Esta forma de conocimiento es diferente al acercamiento puramente conceptual o lógico. El conocimiento por medio del arte se da a partir de una intuición profunda que penetra la realidad por medio de la aprehensión directa primero, de nuestra experiencia particular y segundo, a través de los diversos lenguajes expresivos, ya sean imágenes pictóricas, plásticas, audiovisuales, musicales, dancísticas, quinestésicas o poéticas y se nos presenta, la mayoría de las veces, como una revelación, otras veces proviene de la disciplina y el rigor que tiene cada artista o en otros casos, de una seria investigación. Lo que se hace, en términos de la pedagogía dentro en este campo y que se vuelve esencial en los centros de formación artística, es propiciar los espacios necesarios, crear los ambientes ricos en estímulos donde se pueda educar la sensibilidad, explorar los diferentes lenguajes artísticos, conocer y adquirir las destrezas que permitan a los educandos un dominio cada vez mayor de sus propias capacidades expresivas y la oportunidad de descubrir y dar cauce a su talento artístico, es decir, crear un panorama adecuado para que el arte, simplemente, suceda. Unas veces ocurre. Otras no. Pero esto ya no depende de la pedagogía, ni de la metodología, ni de los profesores. Es por ello que el maestro debe hacerse consciente de que su labor no es la de enseñar, sino la de facilitar en el estudiante su propia construcción de conocimiento.
En este sentido podemos afirmar que es pertinente implementar procesos de formación artística dando menos importancia al dominio de unas técnicas específicas, procurando más que el maestro sea un facilitador, que sea un buen cultivador de los procesos, que sea incluyente, que respete el tiempo y los ritmos personales y que sepa esperar la “sorpresa” que cada estudiante pueda llegar a ofrecer en su obra. Debe ser alguien que sea capaz de guiar al aprendiz a descubrir lo valioso de su trabajo y que sea el estudiante mismo el constructor de su propio proceso creativo. Como ejemplo, en el caso de un taller de dibujo, es muy frecuente ver que existen profesores quienes suponen que su trabajo consiste en enseñar a dibujar “bien”, a imitar con la mayor fidelidad la realidad, a copiar las formas tal cual las vemos, a respetar los diferentes cánones establecidos para las formas naturalistas, a seguir al pie de la letra unas medidas y pautas específicas. Nada más equivocado y aburrido: sus alumnos tal vez aprenderán a dibujar bien, pero no sabrán expresarse. Es en los espacios de libertad donde el arte sucede, no en la constricción de una metodología apegada a reglas. El arte, por lo menos como lo entendemos ahora,  no se guía por reglas, ni cánones, ni medidas. Por el contrario, lo que hace precisamente es transgredir las reglas, subvertirlas, busca  formas distintas de comunicar desde otro punto de vista, interior e intuitivo, algo que no se puede comunicar.  Ahora bien, siendo el arte en alto grado subjetivo y partiendo de la experiencia propia de cada individuo, puede llegar a captar un grado, también muy alto, de la objetividad en la realidad representada siempre y cuando incluya un  proceso de significación y recreación. Es una forma de encontrar múltiples sentidos a las realidades que nos circundan.
Este complejo proceso implica enfrentar con mucho valor y arrojo eso que nos hace diferentes, eso único y especial que cada uno es, eso indecible que para ser expresado requiere un giro nuevo en las palabras, una gama de colores distintos, un trazo espontáneo, un gesto confrontador, en suma, una expresión innovadora y distinta. El arte, cuando es honesto y se hace con talento, es muy valiente: es lo más opuesto a la cobardía. Como el artista intenta decir lo que no se puede decir, es solo a través de su imaginación y de esa intuición profunda que lo mueve que puede descubrir y expresar todo aquello que impregna su mundo a partir de su experiencia particular: sentimientos, emociones, intuiciones, memorias, experiencias, sueños, incertidumbres, ilusiones, que provienen de su percepción de las múltiples realidades confrontadas, todo ello para hallar un “sentido” a su propio mundo, a su experiencia de vida. Por medio del arte, el ser humano puede resignificar su existencia y para esto no bastan los conceptos, la lógica, las reglas, ni los cánones establecidos. El artista debe recurrir a imágenes, metáforas y paradojas, potenciar al máximo su imaginación con un alto grado de creatividad.

Dibujo de Lidia Castillo, participante del primer Taller de Dibujo "Trazando horizontes" en el año de 2012

Como vemos, el arte es un instrumento de indagación, de conocimiento  y aunque sus métodos sean distintos a los del pensamiento lógico, tiene entre sus funciones señalar la complejidad de eso que llamamos realidad, su irreductibilidad a verdades cerradas y definitivas. El arte no adoctrina, no juzga, ni alecciona. Muestra las contradicciones, incomoda, denuncia, hurga en las heridas y muchas veces, también las cicatriza. En este orden de ideas y volviendo al caso que nos ocupa sobre la pedagogía del arte en los centros de reclusión penitenciaria, contamos con una herramienta muy poderosa para ayudar a las mujeres en prisión a recobrar la confianza en sí mismas, a ver la vida con otros ojos, a sentir que la mente y la imaginación no tienen límites y que no se pueden apresar, que la libertad es un concepto muy amplio, que pueden tener un espacio de esparcimiento pero al mismo tiempo, la oportunidad de un encuentro consigo mismas, una confrontación con su realidad, un acercamiento a su propia identidad para que puedan resignificar su existencia, por medio del acercamiento a los procesos creativos y los medios expresivos que las artes ofrecen y que esto pueda darles  un “sentido” para sus vidas.
Promover el arte en los centros penitenciarios para mujeres, construir de manera conjunta experiencias que acerquen a las internas a la dimensión estética, no es una tarea menor. No se trata solamente de proporcionar una actividad recreativa y de esparcimiento, sino abrirles la oportunidad de conocer y explorar los diferentes lenguajes artísticos para que puedan llegar a comunicarse consigo mismas y con los demás.
Por todo ello, me vi en la obligación de cambiar todo el plan de trabajo propuesto para las internas del penal, dándole una nueva estructura desde una perspectiva incluyente, teniendo en cuenta varias estrategias a desarrollar a partir de la experiencia vivida con ellas, partiendo de temas específicos que fueran inherentes a sus realidades y necesidades. Este nuevo enfoque pedagógico y metodológico para las mujeres en prisión está encaminado a tratar de recuperar esa pequeña luz de esperanza que aún pervive en ellas y pueda encenderse con más fuerza en su ser interior, que la profunda oscuridad del confinamiento, producido por la severa exclusión a que están siendo sometidas,  sea más llevadera, que ellas mismas puedan descubrir y construir un “sentido” por el cual luchar y vivir.
Para intentar lograr esto se planearon varias estrategias metodológicas que expondré pronto y que publicaré aquí mismo, en la tercera y última parte de este análisis. Éstas son:
1.      El arte como proceso de comunicación: puntos de encuentros y desencuentros.
2.      Considerar la participación desde la inclusión (partir de las necesidades propias de las internas).
3.      Respetar los diferentes tiempos, ritmos y formas de participar.
4.      Trabajar con un enfoque integral (integración de las capacidades creativas y lúdicas de las internas).
5.      Los temas, contenidos y contextos.


Gerardo León Naranjo











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